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Enfado: ¿cuándo está ocultando nuestro miedo?

 

Enfado. A veces oculta nuestro miedo… ¿Alguna vez te ha pasado esto? Piénsalo… Quizá en alguna ocasión “regañaste” a alguien a quien querías porque te comentó un problema de salud y le dijiste algo así como “¡Claro, si es que no te cuidas nada!”. O quizá, si tienes hijos, muchos de tus enfados surgen cuando observas en ellos conductas que podrían perjudicarles. En ambos casos,  te enfadas porque te preocupas, ¿verdad?, ¿te pasa esto a menudo?

Si quieres gestionar de forma eficaz tus emociones primero tienes que comprenderlas a fondo, comprender el proceso.

El psicólogo Leslie Greenberg en su libro “Emociones una guía interna” nos habla de emociones centrales y emociones secundarias. Podríamos decir que la emoción central de una situación con carga emocional es la emoción más importante, la principal. Sin embargo a menudo las emociones secundarias ocultan a la emoción central. La secundaria es la emoción más visible para nosotros pero si no atendemos a la emoción central nos va a resultar complicado comprender lo que nos está pasando y por lo tanto, gestionarlo de forma eficaz.

Cuando yo descubrí esto y empecé a observarme comprendí cosas muy interesantes sobre mí. Por ejemplo, cuando estaba al volante y otro conductor cometía alguna imprudencia veía que me enfadaba porque me asustaba. Yo veía en mí el enfado que me llevaba a pensar y a decir “de todo” al otro pero no atendía al miedo que acababa de pasar, ¡ni siquiera era consciente de él! Cuando comprendí esto y comencé a centrar mi atención en el miedo y a gestionarlo diciéndome cosas para bajar la carga emocional en lugar de regodearme en mi enfado, la emoción secundaria ya no era tan intensa. En algunos casos ni siquiera aparecía.

Pensemos en estas dos emociones básicas, el miedo y el enfado. La emoción de enfado es muy fácil de identificar por las sensaciones y pensamientos asociados a ella. La energía propia del enfado se percibe fácilmente. Sin embargo, identificar el miedo no es tan sencillo. Ese es uno de los motivos que dificultan su gestión.

¿Sabes por qué nos cuesta más identificar el miedo que otras emociones? Pues hay varios motivos. Uno de ellos son los prejuicios asociados a esta emoción. Si de forma consciente o inconsciente crees que sentir miedo es de “cobardes”, de “débiles”, si sentir miedo atenta de algún modo contra tu autoimagen no lo vas a detectar, permanecerá oculto. Sin embargo, el miedo te ofrece una valiosa información. Te cuenta que crees que no tienes recursos para abordar una situación, por eso te paraliza, para que los busques. Si no ves al miedo interviniendo en una situación te perderás la oportunidad de buscar los recursos internos o externos que necesitas.

A nivel energético o sensorial tampoco es fácil de detectar, es una de las  emociones básicas más sutiles diría yo, sobre todo si no es un miedo muy evidente o socialmente reconocido. Y como decíamos antes, a menudo lo ocultamos tras otras emociones o quizá solo vemos la emoción secundaria que aparece como consecuencia de la primera.

La forma más sencilla de “pillarlo” es escuchando lo que nos decimos. Nuestro discurso (interno o externo) puede indicarnos muy claramente que la emoción central de una situación es el miedo, o una de sus variables: la preocupación, que podríamos definir como miedos anticipados.

Seguro que en más de una ocasión has discutido con alguien importante para ti desde este binomio de emociones (miedo-enfado). Si el otro solo ve tu enfado va a reaccionar a él con ataque o defensa.  O es posible que, dependiendo de la situación, hasta se sienta dolido.

Sin embargo, si lo que muestras es tu emoción central es muy probable que tu interlocutor reaccione de forma diferente y la conversación de desarrollará de forma muy distinta también.

Por ejemplo, probablemente tu hijo no reaccione igual si le explicas que debes poner límite al uso de su teléfono móvil porque te preocupa ese hábito que si después de verle todo el día teléfono en mano te acercas a él hecho una furia,  le arrancas el teléfono de las manos y le dices que no volverá a verlo en una semana.

Tampoco reaccionará igual esa persona a la que aprecias si le manifiestas tu preocupación ante lo que consideras una actitud negligente respecto a su salud que si le echas la bronca porque, según tú, “no se cuida lo suficiente”. Quizá, en lugar de sentirse dolido comprende tu punto de vista.

El otro día, caminando por la calle, observé una escena interesante. Una niña de unos cuatro años había tropezado y caído al suelo. Sus padres, que estaban junto a ella reaccionaron de forma muy distinta. El padre le dijo con tono severo y visiblemente molesto “¿Ves? ¡Ya te dije que si no tenías cuidado te ibas a caer!” La madre en un tono más suave le dijo “Nada nada, no llores que ha sido una tontería, ¿ves? no te ha pasado nada”.

Es posible que los padres no hayan sido conscientes de su proceso emocional interno pero probablemente, tras unos instantes de  sorpresa, haya aparecido un leve miedo y quizá preocupación al ver a su hija caer al suelo,  por lo tanto reaccionarán con otras emociones asociadas a esta pero, ¿cuáles?

El padre reacciona desde el enfado, parece que pretende enseñar su hija a tener conductas más prudentes para que lo que ha sucedido no vuelva a pasar. Otra cosa muy diferente es que la niña esté preparada para aprender algo en ese momento preciso. Si está bloqueada por sus propias emociones, por ejemplo el miedo que pasó al caerse o el dolor que siente en su rodilla, el discurso de su padre quizá solo añada más carga emocional a la situación.

Por otro lado su madre reacciona restando importancia a la situación, posiblemente está preocupada por cómo se está sintiendo su hija pero al actuar así puede que la niña entienda que no merece llorar por algo “tan poco importante”. Cuando no legitimamos las emociones de nuestros hijos ellos entienden que sus emociones no son valiosas y comienzan a reprimirlas.

Evidentemente la intención de sus progenitores es la mejor, actúan desde el amor hacia su hija pero el amor y las buenas intenciones no garantizan una buena gestión de la situación, ni un buen resultado.

Nuestras reacciones “automatizadas” quizá no sean las más adecuadas para transformar la situación. A veces es mucho mejor parar un poco y actuar de forma consciente, quizá podemos preguntarnos, ¿cuál es mi objetivo en esta situación? Y a partir de ahí decidir cómo actuar ¿no crees?

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