Maternidad, Crianza e Inteligencia Emocional
L@s que nos conocéis sabéis que esto no es un blog de maternidad, ni de crianza. Hablamos de Inteligencia Emocional, de sus competencias y de su utilidad a la hora de conseguir bienestar en nuestras vidas.
Sin embargo, Isabel me ha hecho hoy un huequito en el blog para poder hablar de maternidad y de crianza. Porque son temas que inundan mi día a día, porque se están desenmascarando determinados estereotipos sobre ellas y porque, aunque este sea un blog sobre inteligencia emocional, ésta ha jugado una importancia vital en mi proceso de ser madre.
De unos años para acá se han multiplicado los blogs de maternidad y crianza (mi favorito: Tigriteando, que además de maternidad, habla de educación, pedagogía Montessori y disciplina positiva), y lo entiendo; creo que, como yo, muchas mamás necesitamos contar nuestra experiencia (¡Cuántas veces habré oído conversaciones de madres contando sus partos, una y otra vez!) quizás en parte porque así nos quitamos un peso importante de encima. Pero sobre todo, creo que necesitamos encontrar recursos que muchas veces creemos que no tenemos, porque la maternidad, al menos para mí y para muchas otras madres, pesa, y mucho, y cuando te ves “inutilizada” por tus propios pensamientos, es difícil hacer frente a semejante labor. Y aunque esos recursos están ahí (soy de la opinión de que los traemos de serie), encontrarlos a veces no es fácil. Creo que en este sentido los blogs y webs de maternidad facilitan en parte la tarea, porque a través de experiencias ya vividas de otros madres y padres (hablaré sobre todo de madres porque blogs de paternidad hay poquitos, ¡aunque cada vez más!) podemos encontrar esos recursos que a veces no vemos y que necesitamos como agua de Mayo.
En mi caso, tras un embarazo que conseguí después de muchos años de intento, tuve un parto rápido y natural (en la medida en que un hospital público lo permite).
Mi bebé nació sano, perfecto, establecimos la lactancia sin problema, en fin, todo fluía perfectamente. Mi parto no fue clínicamente traumático, y sin embargo, yo me sentía traumatizada. No tenía motivos para sentirme mal, y sin embargo, me sentía fatal. ¿Y qué es sentirse fatal? Ahí está el problema: estaba “tan fatal” que ni siquiera sabía por dónde empezar a recuperarme. “Son las hormonas” me decían muchos; “Es el baby blues”, “Es la depresión postparto” me decían otros. Y nada me reconfortaba, nada de lo que me dijeran me hacía pensar “esto mejorará, irá mejor”.
Busqué ayuda, y con ella empezó un proceso en el que tuve que rascar y profundizar mucho más para llegar al fondo de ese “fatal”. Tuve que trabajar mis miedos; miles de miedos que no sabía que tenía. Tuve que descubrir qué es el ego, cómo funciona y lo mucho que me estaba dañando a la hora de ejercer mi papel de madre. Tuve que revisar y cambiar mi sistema de creencias porque mi concepto de “buena madre” estaba muy lejos de ser sano. Tuve que aprender a manejar a mi crítico interno, que era bastante duro (y tampoco sabía que existía). Tuve que aprender a confiar en mi hijo y en su fortaleza, por muy pequeño y vulnerable que me pareciera, y a tirar de fe cuando la confianza no era suficiente. Tuve que aprender a convivir de nuevo con mi marido y nuestra nueva “normalidad”. Y sobre todo, tuve que aprender a escarbar y desglosar todo aquello que compone lo “fatal”: culpa, tristeza, miedo, orgullo, desconfianza,… Todo eso que no concuerda con lo que se supone que debería ser la maternidad, o con aquello que yo creía que era la maternidad. Por eso también aprendí a no tener expectativas, y con respecto a la maternidad hay tantas y tan estereotipadas…
Me es imposible describir la maternidad como una buena o mala experiencia, creo que esto es simplificar algo que no lo merece. Para mí, tener hijos es algo Grande (con mayúsculas), fácil, difícil, bonito, feo, agotador… ¡Locura total! ¿Quién me iba a decir a mí que pasar noches en las que dormir media hora de reloj en total me iba a hacer apreciar las noches en las que duermo más de media hora seguida como si fueran oro puro? Pues así con todo; aprecio mucho más cosas que antes ni percibía como positivas. Por eso, creo que he crecido. Y crezco día a día aprendiendo las cosas que mi hijo me enseña sin él ni siquiera saberlo.
¡Gracias por dejarme compartir mi experiencia con vosotr@s!