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Por qué nos cuesta tanto decir NO con una sonrisa

Probablemente dirás, “depende”. Pues claro, depende de tu estado emocional, del momento, de la persona, de la situación, de la confianza hacia el otro y un millón de cosas más.

Vamos a encuadrar la situación un poco más.

El otro día estaba desayunando con una compañera de trabajo en una terraza del centro de mi ciudad. Es un lugar con mucho paso donde suelen aparecer bastantes personas pidiendo dinero. La tercera persona que se acercó a nuestra mesa con esa intención era una anciana de etnia gitana con unas ramas de romero en la mano. Nos pidió dinero, yo le di una moneda pero al parecer no le pareció suficiente, me dijo que eso era poco, nos dejó un par de ramas de romero en la mesa y me dijo que le diera mi mano, que me la iba a leer. Bueno, realmente me dijo bastantes cosas más; que me habían echado un mal de ojo hace tres años y que ella me lo podía quitar, que me iban a dar una sorpresa dentro de poco tiempo, en fin…lo típico.

Piensa un poco en esta escena, visualízala. Ella está de pie junto a la mesa, nosotras sentadas. Su actitud transmite la intención de no marcharse, parece determinada a cumplir su objetivo. Nos pide de forma vehemente la mano para leérnosla, a mi compañera y a mí.

¿Cómo habrías reaccionado en un momento así?

Es probable que muchos de nosotros nos sintamos violentados en una situación como esa. Nuestros límites están siendo invadidos, se produce una situación que no deseo y es probable que no tenga muy claro cómo solucionar.

La herramienta estrella para este tipo de situaciones se llama ASERTIVIDAD y podemos decir que es el punto intermedio entre la SUMISIÓN y la AGRESIVIDAD.

La Asertividad está basada en un valor, el RESPETO. Pero no tan solo a nivel conductual o como norma social, sino también a nivel de sentimiento, es decir, SIENTO RESPETO, hacia mí y hacia los demás. Este valor, el respeto, aplicado a las relaciones interpersonales nos vuelve muy eficaces a la hora de resolver situaciones como la invasión de nuestros límites personales, al hacer peticiones de cambio de conducta, cuando quiero decir NO, frente a la agresividad de los demás y un largo etcétera.

El respeto nace de la VALORACIÓN, es decir, respeto aquello que es valioso para mi. Si me considero una persona valiosa me resulta muy sencillo respetarme (por lo tanto no haré nada que pueda dañarme), por otro lado, si considero valioso al otro lo respetaré, no haré nada que pueda hacerle daño y por supuesto no voy a permitir que el otro me dañe a mi, porque me respeto, claro.

Volvamos a nuestra señora, tengo claro que no voy a darle mi mano para que me la lea, tengo claro que no voy a darle más dinero del que ya le di. Deseo que se marche y por supuesto, como la respeto, y como la considero un ser humano tan valioso como yo no voy a mostrar una conducta agresiva hacia ella, puedo estar molesta pero no tengo por qué utilizar un tono agresivo, eso siempre lo puedo controlar.

¿Crees que es lo mismo ser agresivo que ser firme?, ¿se puede adoptar una postura firme y amable a la vez? Prueba a decir NO con firmeza y amabilidad, por ejemplo con una sonrisa que indica tu respeto mas profundo hacia el otro.

Di NO, mirando a los ojos, con una firmeza en tu mirada que no deja lugar a dudas y que indica “mi NO es rotundo, no voy a cambiar de opinión” y observa lo que pasa.

Tags:Asertividad, inteligencia emocional, Respeto

Juzgar a nuestros hijos: ¿qué efectos tiene?

Juzgar, una palabra controvertida que nos hace ponernos muy serios y algo que muchos hacemos continuamente sin darnos cuenta. Estaréis de acuerdo conmigo en que los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, ¿verdad?

Lo que sucede es que, en ocasiones no somos conscientes del efecto que nuestras acciones tienen sobre ellos. A pesar de nuestras mejores intenciones y de nuestro incuestionable amor hacia ellos algunas veces nuestras propias carencias (o como yo los llamo, “agujeros” en nuestro propio desarrollo personal) tienen un efecto poco saludable sobre ellos. Seguro que has podido observar esto en personas de tu entorno o quizá en tus padres sobre ti, por ejemplo.

No voy a detenerme mucho más en esto pero seguro que tiene sentido para ti pensar que si tengo una baja autoestima, creencias limitantes, miedos que me paralizan o incapacidad para gestionar mis propias emociones esto tendrá una repercusión directa sobre mis hijos sobre todo en esos “agujeros” que no tenga identificados.

Hoy trataremos el tema de los juicios, de juzgar en general y en concreto a nuestros hijos.

Los efectos de juzgar a nuestros hijos

Empezamos como siempre diciendo que si están es porque tienen que estar. Nuestros juicios nos conectan con nuestro sistema de creencias, con nuestro “mapa” personal del mundo. Nos dicen qué cosas son “correctas” o “incorrectas”. Muchos de nuestros juicios son el resultado de evaluar nuestras propias experiencias pero la mayor parte de ellos son introyectados, es decir, a determinada edad nuestro entorno nos dijo “qué está bien” y “qué está mal” y, en general, nos lo creímos sin cuestionarlo.

Los juicios son saludables cuando sabemos manejarlos adecuadamente sin embargo en numerosas ocasiones pueden traernos problemas. Vamos a evaluar hoy cómo pueden interferir en una educación saludable.

Lo ilustraré con un ejemplo personal.

Cuando terminó el curso pasado fui a recoger las notas de mi hija menor Lucía, acababa de terminar quinto de primaria. Estábamos solo los padres y la profesora me llevó aparte y me dijo “Vas a tener que hablar muy seriamente con tu hija,  ha bajado mucho sus notas en este último trimestre, yo le dije que te mostrara sus notas parciales pero ella prefirió esperar a final de curso y claro, como ella es así, tan segura de sí misma no hubo manera de convencerla”. A mi entender, de algún modo me estaba pidiendo que reprendiese a mi hija y eso a mí me molestó bastante. Además me sentí juzgada ya que me solicitó una mayor comunicación con ella en el futuro para evitar nuevos “despistes”.

¿Cómo sueles reaccionar cuando te sientes juzgado? Probablemente dependa de quien emita el juicio. Si es alguien a quien respetamos o apreciamos quizá nos creamos su juicio y esto nos lleve a la culpa y la culpa rara vez nos enseña cómo cambiar las cosas, de hecho, en ocasiones la utilizamos como “castigo” por el error cometido desde la falsa creencia de que tengo que “sufrir” para “pagar por este error”.

En otras ocasiones el juicio negativo de los demás hace que nuestro amor propio nos avise de una invasión de límites por lo que la emoción de enfado saltaría automáticamente para defendernos.  En este caso la propia emoción impedirá que evaluemos objetivamente y aprendamos algo sobre la situación.

Como yo conozco como funciona este mecanismo en mí misma intento evitar que aparezca en mi hija porque mi objetivo es que aprenda, no que se sienta culpable ni que se enfade.

Volvamos al caso. Cuando salí del colegio me fui directamente a la pastelería y le compré unos dulces para desayunar. Llegué a casa y fui directamente a su cuarto y le dije, “Hola, te traigo las notas y unos dulces para desayunar”. Ella estaba impaciente por ver sus notas y a la vez algo inquieta, supongo que algo intuía. Yo observé cómo las miraba entre sorprendida y apenada sin hacer ningún tipo de juicio acerca de sus calificaciones, entonces empezó a llorar, estaba triste por la pérdida de sus buenas notas de trimestres anteriores. Así que validé y normalicé su emoción (¿estás triste? Claro, es normal que te sientas así) y le ofrecí el apoyo que necesitaba, la acompañé en su tristeza desde la serenidad. A los dos minutos se le había pasado y estaba tranquila. Entonces me dijo “Mamá, ¿por qué me has traído mis dulces favoritos si he sacado malas notas?” a lo que yo respondí “Porque mi amor hacia ti no tiene nada que ver con tus calificaciones”.

¿Y ahora qué? ¿Lo dejamos ahí? Volvamos al objetivo. Ella tiene que aprender algo acerca de lo que ha sucedido.

Puede que me compres la idea de que en la mayor parte de los casos emitir un juicio negativo puede tener consecuencias no deseadas pero entonces ¿qué hacemos?, ¿nada? Claro que no. No podemos dejar las cosas así. Estarás de acuerdo conmigo en que, desde que somos pequeños, es habitual que hagamos o tomemos decisiones que tienen consecuencias negativas por eso es mucho más eficaz analizar con ellos la causa y el efecto de sus acciones para que ellos mismos puedan evaluar las consecuencias de sus actos o decisiones, para que hagan su propio jucio.

Después de desayunar acompañé a mi hija en un proceso de análisis de la situación para descubrir qué había sucedido para que sus notas bajaran. Encontramos cosas muy interesantes como un exceso de tareas extra escolares y el cansancio consecuente. También reconoció que se había relajado anticipadamente descuidando las tareas del colegio. Reconoció también que había empezado a dejarse llevar por las cosas que le gustaba hacer y descuidaba cada vez más las que quería hacer pero que no le gustaban tanto.

Aprovechamos la ocasión para analizar sus Fortalezas y Debilidades y elaboramos un plan de acción para que, apoyándose en sus puntos fuertes pudiera trabajar las áreas que más problemas le ocasionaban. A ella se le ocurrieron ideas muy chulas como por ejemplo utilizar su creatividad para trabajar su perseverancia por ejemplo poniéndose una música que le gustaba especialmente para motivarse a recoger su cuarto o hacer sus tareas escolares.

Respecto al comentario que su profesora me había hecho sobre no enseñarme sus notas parciales le pregunté “¿Aún sigues pensando que era mejor no enseñarme las notas antes del final del trimestre?” Ella me dijo que lo había hecho para enseñarme todo junto, por comodidad a lo que yo le respondí que quizá, si yo lo hubiera sabido antes podríamos haber elaborado este mismo plan de acción antes del final de curso y las notas quizá no habrían bajado. Ella me “compró” el argumento inmediatamente.

Si observamos conductas negativas en nuestros hijos y nos limitamos a juzgarlas con el mensaje “eso no se hace, está mal” esto a ellos no les sirve para nada. Solo genera culpa y es probable que la próxima vez que suceda no nos lo cuenten para evitar el sufrimiento que les causa nuestro juicio. En lugar de eso te propongo que les acompañes para que puedan observar el resultado de sus acciones. Es muy probable que así ellos mismos se autorregulen.

¿Sabes estimular la Actitud Proactiva en tu hij@?

Un día, mi hija de diez años, me dijo a la salida del cole: “Mamá, no me gusta una cosa que hace mi profesora, dice las cosas que hacemos mal en voz alta para toda la clase y nosotros nos sentimos avergonzados”

¿Cómo habrías apoyado a tu hij@ en una situación como esta?

Vamos a analizar la situación desde el punto de vista de la Actitud Proactiva. ¿Sabes lo que es?

La Proactividad es un término que suele confundirse con otro tipo de actitudes como la valentía, la capacidad para hacer muchas cosas o tomar decisiones de forma decidida pero en realidad va mucho más allá.

Stephen Covey autor del libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva” dice que la Proactividad está basada en dos valores, la LIBERTAD y la RESPONSABILIDAD. Libertad para elegir qué actitud quieres adoptar frente a lo que te sucede y por supuesto, asumir tu responsabilidad para hacerte cargo de tu propia vida, de no ceder el “mando” de tu vida a nadie. Cuando desarrollas esta actitud empiezan a desaparecer actitudes Reactivas o de “víctima”, desaparecerán las justificaciones, los “no puedo” o “soy incapaz” y por supuesto el Determinismo, “que le voy a hacer si yo soy así”.

Como imaginarás, si nuestros hijos aprenden a desarrollar esta actitud desde pequeños, o más bien, si no adquieren creencias reactivas como “yo no puedo hacer nada frente a lo que me pasa” esto los convertirá en adultos mucho más felices y satisfechos con su vida porque se sentirán poderosos, capaces de hacer que las cosas pasen. Las quejas desaparecerán.

Volvamos al caso que nos ocupa. Como yo quería aprovechar la oportunidad para que mi hija trabajara la Proactividad le pregunté: “¿y qué crees que podrías hacer al respecto?”

A ella se le ocurrieron un par de opciones, por un lado ir a hablar con la profesora y pedirle respetuosamente que no hiciera eso. Por otro, pedirle a la delegada de clase que hablase con ella en nombre de los alumnos. Como le tiene un poco de miedo a su profe os imaginaréis que escogió la segunda opción.

Pasó una semana y la delegada de clase no había hablado con la profesora así es que finalmente se armó de valor y la abordó en el recreo para hacerle su petición.

Mi hija me contó la conversación que habían mantenido al salir de clase, no era capaz de explicarme con mucho detalle cuales fueron las palabras exactas de la profesora, aunque sí recordaba perfectamente como se había sentido. Lo que más grabado quedó en su memoria era la actitud de su profesora. Me dijo: “Mama, no sé muy bien qué me decía, hablaba muy deprisa y no me miraba mientras hablaba. Me sentí tan mal que después de hablar con ella me fui al baño a llorar. Además, después del recreo empezó a decir a todos en tono de burla que hablaría sobre las correcciones en privado porque alguien de la clase había protestado”.

Fijaos en su discurso. Ella había hecho una lectura de fracaso respecto a la situación. Se sentía humillada y poco capaz de resolver sus problemas. ¿Cómo apoyar a nuestros hijos en una situación parecida? Es fundamental acompañarles para que encuentren una interpretación más adaptativa de la situación.

Os cuento lo que hice yo en este caso concreto.

Primero validé sus emociones. Por supuesto es normal que se sienta así frente lo que ha pasado. También la felicité por el coraje que había demostrado al enfrentar una situación que deseaba resolver. Después le pregunté: “¿Qué crees que te va a pasar la próxima vez que vayas a pedirle algo a tu profesora y ella no reaccione como esperabas?” A lo que ella contestó con una sonrisa “¡Pues que lloraré mucho menos!” Y finalmente le dije: “Dices que dijo a toda la clase en tono de burla que alguien había protestado y que por eso empezaría a reprender en privado.  Entonces, ¿crees que se ha cumplido tu objetivo?”. A ella le cambió la cara en ese momento. Se dio cuenta de que a pesar de que no había sido del modo en que ella esperaba, la profesora había tenido en cuenta su petición. De hecho, algunos días después me dijo: “Mamá, creo que ahora mi profesora me respeta un poco más que antes, cuando le digo algo me escucha con más atención”

Había encontrado una visión de la situación mucho más positiva que la anterior. Una visión que le indicaba que tenía poder para hacer que las cosas pasaran, aunque ella sea pequeña y la profe “grande”. Si no empezamos a cultivar esta actitud desde pequeños primero serán los profesores los “culpables” de lo que nos pasa, después los jefes, o los gobiernos y así hasta el infinito.